Él escupía todo el tiempo y a la menor provocación. Era su manera de amar la vida. Las calles, los parques, el pasillo grisáceo del camión: todo le pertenecía cuando lo colmaba con esa saliva impaciente y voluntariosa.
Ella estaba segura que lo había visto escupir un pétalo rosado que el viento llevó justo a los dedos de sus pies. Apenas se puso en cuclillas resumió que tenía que tratarse de una señal: había ignorado muchas oportunidades antes y esta vez sentía que el corazón le había hecho una exigencia a la que no estaba dispuesta a renunciar. Inmediatamente fue tras él, se presentó sin vergüenzas y caminó a su lado sorteando uno a uno sus caprichos hasta la parada del autobús. Ese fue el principio de un romance.
De ahí en adelante observó como un perito cada uno de los escupitajos. Su anhelo era más grande que su asco. Ella quería que volviera a pasar. Todos decían que el asunto del pétalo era imposible, pero ella no tenía dudas. Quería verlo de nuevo.
Le tomó 15 años de entrega descubrir de reojo lo que tanto deseaba. Ni siquiera le importó pasar desapercibida. Ante el asombro del marido se tiró de rodillas y recogió aquel pétalo. Sólo entonces comprobó que se trataba de una cáscara de lima. Levantó la mirada. Un extraño le ofrecía una sonrisa.
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona)
Manuel Delgado
August 26, 2017Jajaja. Si esa baba viajará de un labio a otro; no habría repulsión alguna.