En el costado de mi cubículo, entre el lapicero y el teléfono, descansa una frase icónica del poeta chileno, Pablo Neruda, a manera de respiro visual:
-¿Y qué les hace?- preguntan frecuentemente quienes se sientan en la silla frente a mí.
Sonrío. Ante la duda el verso adquiere vida, retumba, se extiende sobre sí mismo. Haciendo ecos se despliega al interior de quien, profiriéndolo, lo da a luz por centésima vez primera.
-Los hace reventar de flores. Saca lo más bello y oculto, como si pusiera fin a una larga espera. Les arrebata la timidez, pero les devuelve un sentido. Creo que esa es la forma más pura y valiente del amor.
Ante esta interpretación, siempre obtengo miradas cándidas o breves silencios que anteceden suspiros. Sean hombres o mujeres, todos vibran con la idea de hallarse engrandecidos de esta forma que no sabe de egoísmos, sino de la más íntima complicidad.
Esto es porque un verso toca directamente a nuestra condición humana, nos provoca sensaciones físicas, conecta con nuestros recuerdos y añoranzas. Lo primitivo y lo sublime tienen entonces un punto de encuentro: queremos “ser cerezos”.
Por eso me resulta injusta la idea de la poesía como una especie literaria tan amenazada y majestuosa como los jaguares. Tachada de pretenciosa, incomprensible o somnífera. Cada uno de estos calificativos la vuelve ajena y desconocida: la condena sin derecho a fianza.
Y sin embargo, ¿qué cosa no se anuncia ya en su apocalipsis? ¿Los periódicos? Nadie los lee, según dicen. ¿La tele? No hay necesidad en los tiempos del Netflix y el streaming. ¿Los libros? ¿La radio? ¿El teatro? Con la fatalidad como constante, lo cierto es que todos han hallado medios de supervivencia.
Sin embargo, se equivocan: la poesía está tan viva que se desborda.
Se hace presente de todas las maneras posibles, incluso con la elegancia de nuevos formatos que le permiten manifestarse desde lo más técnico hasta lo más básico: videoblogs, poetuits, Instagram y sus historias. Acción poética se apodera de cualquier barda para recuperar el espacio público y los soñadores envían fotos de los versos a través de Whatsapp. La llevamos a todos lados, porque resulta imparable y tiene que salir. Tiene que cazar para satisfacer su instinto.
Para quienes pretenden atraparla con argumentos ortodoxos, la poesía reserva un hecho con modesta franqueza: su hábitat natural no son las páginas y su alimento es un recurso siempre renovable.
Siendo así, la poesía seguirá reproduciéndose mientras no se pretenda someterla al cautiverio.
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona)
Felix Valdés
July 6, 2017Me hace tanto sentido lo que escribes…
Mi vida profesional entera, la he dedicado a la televisión. Sí, a ese medio que todos dicen pronto bajara el switch y saldrá del aire. Entiendo los nuevos medios de comunicación, lo medios de la inmediatez, las vías de todos (en los que todos pueden expresar ideas sean ciertas o falsas)… sin embargo, creo que la tele no desaparecerá. Simplemente está obligada a una evolución necesaria. Es como cuando la tecnología nos trajo las videocaseteras y algunos presumían el fin del 7mo arte.
Creo que hoy, más que nunca, la gente esta ávida de expresar lo que piensa, de informarse inmediatante, de satisfacer sus necesidades que cada vez son rápidas por los millones de estímulos que recibimos. Los medios de comunicación, cuales quiera que sean, deben de responder a estas necesidades.
Es por eso que creo que la poesía no esta muerta, ni la tele, ni la radio, ni el cine… simplemente tienen que adaptarse a la velocidad que ahora requieren los lectores, los espectadores, las audiencias y los consumidores.
Me gusta creer que tenemos un área de oportunidad enorme en encontrar nuevas fórmulas para cautivar a la gente. Soy un fiel creyente de que la televisión (o la escritura en tu caso) están tan vivas cómo los que lo hacemos pongamos pasión en ello.
Felicidades por tu proyecto.