Somos los millenials. Podrán criticarnos, pero sabemos que hemos renunciado a la amargura de la generación X y al “deber ser” que guió la vida de nuestros abuelos. Somos libres. Somos auténticos. Hacemos las cosas que nos gustan porque sabemos que sólo-se-vive-una-vez.
Pero aquí viene la gran paradoja de nuestra generación fabulosa: tomamos decisiones de vida pensando en lo que nos apasiona, pero- cuando tenemos que ser sinceros- decimos que no somos felices.
O al menos eso es lo que dice una encuesta reciente realizada a jóvenes del Reino Unido. Resulta que (contrario a lo que piensan las generaciones que nos educaron) estamos desilusionados de la perspectiva a largo plazo. La mitad de los encuestados cree que no tiene lo necesario para enfrentar las dificultades de la vida. Un gran número opina que estaría mejor en otro país.
Nos sentimos solos, desesperados y un poquito fracasados.
¿Qué es lo que estamos haciendo tan mal entonces? ¿Será que nuestras expectativas son muy altas o que las circunstancias nos rebasaron?
He pensado sobre esto durante muchas semanas. Escribía párrafos y luego los borraba enteros para volver a empezar. Me di cuenta que mis esfuerzos eran pura pedantería. ¿Para qué esforzarme en inventar lo que no sé? Hasta aquí resumo que yo también he pensado lo que dice la encuesta. Al menos me tranquiliza un poco darme cuenta de que es más común de lo que yo imaginaba.
Es verdad que no es tan difícil desmoralizarse ante la falta de oportunidades, o los sueldos. Tampoco es sencillo buscar una pareja estable y descubrir que no llega. O que lo que tanto sueñas parece imposible. Pero tal vez no estamos errados como generación si creemos que el objetivo de nuestra existencia es ser felices. Incluso creo que es el enfoque correcto. El tema es que la obsesión por estar contentos no nos deja disfrutar lo que nos pasa.
Una de las cosas más valiosas que he aprendido para hacer frente al sufrimiento es que no importa tanto lo que nos pasa, sino cómo lo interpretamos. Para eso he necesitado estar consciente de mis respuestas ante la vida. Digamos que salgo tarde y estoy en un embotellamiento. Me frustra saber que no avanzo (es lo que debería hacer, ¿no? ¡Avanzar!)
Hace calor.
No voy a llegar a tiempo.
Los otros automovilistas tocan el claxon.
Tengo el impulso de hacer lo mismo.
Diré groserías
(bueno, nomás sin gesticular demasiado).
Alguien se mete a la fila.
Dios mío, ¿cuándo se va a acabar este calor?
No puedo hacer más. Subiré los vidrios. Atención, todos, ahora voy a cantar.
Carpe diem.
Festina lente.
Y todas esas cosas que ya sabíamos desde los griegos y que básicamente dicen: te estás poniendo loco, ¡cálmate ya!
No sé si hay un secreto para la felicidad, pero para mí se trata de estar agradecida por cada día que pasa. Porque descubro cosas de mí misma y del mundo que no terminó de conocer. Porque tengo tiempo de aburrirme y eso significa que estoy bien (uno puede no darse cuenta de lo mucho que aprecia su estabilidad hasta que la pierde). Doy gracias porque puedo contemplar, escuchar, percibir, compartir.
Y tal vez me equivoque. O quizás algún día crea que esto fue un exceso de optimismo, o descubra que no soy como yo pensaba, pero al menos sabré que hice todo lo posible por disfrutar y aprender todo lo que pude.
¿Y entonces qué hacemos? Zygmunt Bauman lo resume de una manera muy bella: “somos felices mientras no perdamos la esperanza de llegar a ser felices (…) El antídoto contra la amargura consiste en mantener viva la esperanza de llegar a ser felices”.
Aunque no estaría de más también aprovechar estas noticias de nuestra infelicidad generacional para buscar a las personas importantes y recordar que no estamos tan solos. Hacer algo diferente que no involucre las teclas del celular. Los seres humanos somos a la vez tan efímeros, irrelevantes y grandiosos, que en vez de perder el tiempo en ponernos metas como la fama o el poder, podríamos intentar querer solamente amar mucho. Sí, así nada más. Y con un poco de suerte descubriríamos más de alguna respuesta.
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona)
Salvador
May 29, 2018Excelente reflexión sobre la felicidad; hace algunos días, platicando sobre cuestiones espirituales con una amiga, me hizo una observación muy cierta: a veces estamos tan acostumbrados a vivir rodeados de lo que nos hace felices que dejamos de percibirlo.
El agradecimiento es una manera de mantenernos consientes de lo bueno que nos pasa, de lo felices que debemos de estar; la generosidad hacia los demás y principalmente hacia nosotros mismos ayuda también a percibir nuestras motivaciones para ser felices; ser generosos con nosotros mismos y los que nos rodean ayudan a tener actitudes más sanas y satisfactorias ante las situaciones de la vida.
Además, nos debemos permitir no ser felices en todo momento, sabiendo que tendremos alguna recompensa mayor, me refiero a los pequeños sacrificios por un objetivo más importante, esa es, tal ves, la motivación a la que se Bauman.
En resumen, debemos cultivar dos virtudes para ser felices: El agradecimiento y la bondad.
Saludos Cangrejo