Mi abrigo negro

Compré mi abrigo negro en vísperas de una boda de octubre potencialmente helada. No me gusta tener frío, mi vuelo salía en pocas horas y no poseía una prenda lo bastante elegante como para la ocasión, así que escogí una en Liverpool. Aunque no parecía un abrigo demasiado especial, pensé que era lindo con su pechera de botones casi militar y un corte que me apretaba justo en la cintura. Qué ingenua fui al creer que en ese momento realizaba una compra común. Así comienzan las mejores historias.

Desde hace 5 años salgo igual en todas las fotos. Lo mismo en los eventos sociales, que en los viajes, o en los días comunes en los que sólo necesité arroparme más de lo normal. He cargado con mi abrigo para todos lados. Conocimos Washington, Buenos Aires y Santiago de Chile. Lo traía las veces que he dormido en los aeropuertos. En Ciudad de México escondí mis libros debajo de él para que no se mojaran con la lluvia. También me lo puse cada navidad, o para venir a la oficina a pesar de estar muy enferma. Lo he usado tanto para contar cuentos, como para asistir a funerales. Me enamoré con el abrigo puesto y quizás así es como me recuerda él: ilusionada, dispuesta a propinarle un abrazo lleno de calor.

Lo he usado tantas veces, que se rompió el forro y tuve que llevarlo a coser. “Señorita, me voy a tardar un poco porque casi casi es empezar desde la hechura”. Acepté. Mientras tanto fui a ver más abrigos, pero todos me parecían insuficientes. Demasiado comunes. O creía que no se ajustaban bien a mi cuerpo (razón de peso para no comprarlos).  

No puedo tener otro abrigo negro. Hace unos días vi unas cuantas fotos y pensé lo inseparables que hemos sido. Es casi como si fuera una parte de mí que sabe mis secretos porque los ha vivido conmigo. Si me muero podrían ponerme ese abrigo (y las botas, porque tal vez no sea cómodo andar descalza por el inframundo). Toma nota, mamá. Dicen que los objetos no son tan importantes, pero algunos de ellos se vuelven parte de nuestra propia identidad. Eso fue lo que me pasó a mí.

Hoy pienso en mi abrigo como parte de una etapa en la que he sido inmensamente feliz y que comenzó justo en esos días en los que lo compré. Me siento muy afortunada de abrir el armario y encontrarlo listo para todo lo que me queda por recorrer. Porque aunque todo cambie, hay cosas que son siempre las mismas. Y yo tengo muy claro que, haga lo que haga, no me gusta tener frío.

 

*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona)

 

newyork2

7 Comments

  1. Salvador
    August 23, 2018

    Muy bello texto, con frecuencia nos encariñamos con objetos que nos acompañan en esta aventura de la vida hasta que se desasen en el tiempo, yo tengo años usando cangurera, no uso los bolsillos de los pantalones, es como “mi bolso” personal, saludos

  2. Lupita
    August 23, 2018

    ¡Hermoso! ¡Qué bueno que te lo van a arreglar…
    Yo también sufro con el frío.
    A mi me ha pasado algo semejante con una chamarra roja…que ha viajado conmigo por muchos lugares.
    ¡Te agradezco que escribas sobre tu abrigo…me hace valorar mas mi chamarra roja. ¡un abrazo!

  3. Nelly
    August 23, 2018

    Me identifique, yo no con un abrigo pero si con un pequeño collar de chaquiras huichol que es un pequeño bolso y adentro cargaba un par de figuras de honguitos que utilize casi todo mi tiempo en la facultad y hasta hoy dia aún conservo.

  4. Luis
    August 24, 2018

    Hoy llegaré a casa a buscar mi inmortal chamarra negra con rojo; compañera de mil batallas, en los buenos y malos tiempos.

  5. Stan Bessone
    June 17, 2022

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