En mis sueños importantes, casi siempre ando descalza. Por supuesto es diferente en los sueños comunes, cuando veo días cotidianos en los que voy al trabajo, espero a alguien más o leo un libro. Ahí tengo zapatos. Pero apenas me doy cuenta que estoy descalza, me preparo para una fantasía o una premonición. Esta noche no fue la excepción.
No reconozco un principio, pero me alerta la sensación bajo las plantas de los pies. Camino a tientas, como siguiendo un túnel. De pronto, veo un árbol. De sus ramas se desprenden luces de colores que me lastiman la mirada, pero quiero ir ahí. Tanta luz tiene que ser fuego y yo tengo miedo de arder. Me quedo quieta. Titubeo. Pero quiero ir ahí. Algo me dice que la única respuesta es ponerme a la sombra ficticia de ese árbol, que me llenen las luces. Seguir el instinto.
Avanzo, pero con cada paso que doy se aleja el paisaje. Comienzo a desesperar. Mi voluntad resulta insuficiente y no tengo salidas, no tengo dirección. Sigo buscando. Abro más los ojos. Empujo los límites de mis párpados por necedad o supervivencia. Quiero ir ahí. Ahí. Quiero ir ahí.
Lo pierdo de vista. Es tarde. Pero de pronto, siento calor en el vientre. Bajo la mirada. Alrededor de mi cadera giran luciérnagas de diferentes colores. Y una revelación: el árbol está dentro de mi cuerpo, como si lo gestara. Me siento viva y maravillada. Completa.
-Recuerda. Cuando llegue el tiempo darás a luz con tus palabras.
Despierto
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona).