A veces me pregunto qué sentirán las personas que se abrazan en la calle. Quiero decir, qué se sentirá tener precisamente ESOS cuerpos y encontrar ESOS brazos alrededor de sí mismos. Preciso solamente el tiempo que le toma al semáforo cambiar sus luces de rojo a verde para echar a volar la imaginación. Quisiera saber si esa mujer ha perdido la vergüenza. Si ama, desea o invoca un peligro inminente. Si cierra los ojos. Si tiembla por dentro.
En otra cuadra anticipo una despedida sin derecho a réplica. El nudo en el estómago. Palabras o cuchillos. Un empujón. El ritual indicado antes de arrastrar todas las banderas por los suelos y enfrentar los procesos de desintoxicación. Adiós, mi amor, adiós.
Yo no sé si son amantes encubiertos aquellos que simulan no tocarse. No conozco el dolor de padre , ni esa falta de consuelo (potencial materia de terapia). No vislumbro sus secretos. Soy una mujer que pasa.
Tal vez aquel otro hombre no abraza por temor a represalias. Y tal vez esa muchacha extiende los brazos y su aliento es como brisa fría. Dime, al fin, ¿qué se siente no sentir nada? Vacío o ligereza, si es que no son la misma cosa. O será que mientes. Que te imaginas autosuficiente como un dios.
El mundo está mal, muy mal.
De pronto arrecia una tormenta. El camión no aparece y los transeúntes luchan contra el viento que se lleva sus paraguas. La ciudad se cae por momentos, pero ahí- en el centro del desastre-está el oasis del absurdo. Dos cuerpos reunidos son una muralla que late. Invencibles. No siento sus cuerpos, no me corre su sangre.
Pero les cuento:
alrededor suyo,
el universo entero se expande.
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona).