Encontré una foto mía y sentí que me hallaba frente a una completa desconocida. Es una imagen sepia. Pensándolo bien, parece casi una broma. Es como en las películas, cuando el espectador sabe que esos colores anuncian la nostalgia de una felicidad inmensa que no va a volver. Han pasado casi 10 años desde ese día. Y en efecto, nunca fui más feliz.
El cabello ensortijado cae sobre los hombros, aunque ni siquiera me acuerdo qué se siente tener el pelo largo. Tengo cara de niña y ojos de enamorada. Sonrío a la cámara con timidez. Evidentemente he dormido muy poco. No había tiempo con tanto y tanto qué decir: me sobraban historias. Quería escribir la vida para que nunca se escapara.
Me veo llena de poesía. Con las alas abiertas.
A veces quisiera volver a ser esa que mira y todo lo ignora. Nadie me dijo que la inocencia se pierde más de una vez y que cada nueva ocasión es igualmente terrible. Nadie me dijo del peligro tras esa ingenuidad de un recuerdo perfecto. Un día descubres que estás rota. Fracasaste y eso es todo.
Un día te devuelves la mirada, pero observas las cicatrices. Y repites ciertos versos.
“Yo no sé qué has ganado, pero sé qué has perdido:
tu música,
tus peces,
tus montañas azules.
No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida”.
*Los textos de la Nebulosa del Cangrejo son contenido original de Anabel Casillas (Twitter: @DimeChascona).